Ya comenté en otra entrada que, en un ataque de pijería
inusual en mí, cometí el error de comprar un iPhone. Digo inusual puesto que soy
de esas personas que, por ejemplo, utilizan ropa de hace seis o más temporadas
siempre que se encuentre en perfectas condiciones y no se salga mucho de la
moda actual. ¿Para qué tirar una prenda en buen estado para comprar otra? No me
gusta gastar por gastar y me revienta ir de tiendas. No obstante, la tecnología
me encanta y aún así procuro ser moderada y no comprar por capricho. Si mi mp3
de 500 megas aún funciona perfectamente, ¿para qué cambiar de reproductor de
música?
Bien, pues resulta que yo tenía un teléfono corrientito de
hacía ya 4 años y decidí darme el capricho de acceder a lo más puntero en
tecnología móvil. Supongo que me influyó el hecho de encontrarme nuevamente en
un ambiente pijo y, por alguna razón (equivocada), consideré que debía ponerme
a tono, así que me lancé por el iPhone último modelo. Ya aviso de antemano que
accedí a esta pijería por la puerta grande de la equivocación. Llevando, como
llevo, 15 años en el mundo de la informática y gracias a los ecos que cantaban
las excelencias de Apple y que resonaban continuamente a mi alrededor, supuse
(muy mal supuesto) que con el iPhone tendría un ordenador de bolsillo. Pocos
días después de su adquisición me di cuenta de que había cometido el error del
año. Y a día de hoy lo sigo pensando, aunque el cabreo respecto al precio que
me cobraron ya se ha atenuado un poco. No obstante, sigo pensando que cuesta
más del doble de lo que vale. Y explicaré los motivos.
Solamente para ponerlo en marcha, hay que armar la
marimorena: colocarle la nanotarjeta no es sencillo, luego hay que crearse una
cuenta de Apple y no sé cuántos detalles más. Media hora o más para echarlo a
andar. Cuando lo conseguí, creí haber llegado a la tierra prometida, aunque
finalmente resultara ser más árida de lo que imaginaba. Enumeraré lo que yo
considero limitaciones de este móvil:
1. Para pasar contenido del ordenador al teléfono hay que
“sincronizar” a través del iTunes. Un programa chorra en mi opinión, que
recuerda a otros que utilizaban otros dispositivos como cámaras de fotos y
demás y que hace tiempo que sabemos que sirven de bien poco. Pasar contenido
debiera de ser tan fácil como abrir carpeta del móvil, abrir carpeta del
ordenador y mover archivos. Pues no, el iTunes lo complica todo hasta límites
insospechados. Supongo que Apple pretende que a los usuarios se les vayan los
ojos detrás de los productos de pago (música, etc.) que ofrecen y empiecen a
comprar como locos. ¡¡YO SOLO QUERÍA SUBIR UNAS FOTOS!! Menudo jaleo: se
me duplicaron las imágenes en el móvil y al tratar de eliminarlas,
desaparecieron todas. Un show, así que paso de volver a intentarlo, aunque solo
fuera para averiguar qué pasó. No le dedico mi tiempo a lo absurdo.
2. Con la música pasa casi tres cuartos de lo mismo. Quise
ponerle un tono de llamada al móvil. Cogí una canción en mp3, la corté por
donde me pareció bien con el iTunes, le cambié el formato como ellos indican y
al volver a “sincronizar”, NADA, que no hay forma de pasarla al teléfono.
Nuevamente, podría investigar más, pero es que esto me parece ya un chiste.
3. El iPhone solo almacena fotos, música y vídeos (que me corrijan
si admite algún otro tipo de archivo, porque se me van a humedecer los ojos).
Ni pdf ni gaitas. O sea, que toda esa capacidad de almacenamiento, que bien
podría ser utilizada para llevar archivos de acá para allá, sirve para bien
poco. Un teléfono no es un pendrive, claro, pero estamos hablando de funciones
básicas de muchos dispositivos. ¿iPhone no puede cumplirlas?
4. Cometí la osadía de hacer una foto con el móvil y
enviármela luego por e-mail para descargarla en mi ordenador (no tenía el cable
del teléfono) y editarla (las aplicaciones gratuitas de edición de imágnes son un churro) antes de subirla a internet. La
descargué, la edité y me fue imposible guardarla en el disco duro porque me
salía una ventana de error. Así que tuve que hacerle una pequeña edición en el
teléfono antes de volver a enviármela y entonces ya sí puede terminar de editarla
y guardarla en el portátil. En todo este absurdo periplo invertí
20 minutos o más.
5. Se me ocurrió, en un viaje, bajarme una aplicación de una
emisora de radio para no aburrirme por el camino. A los cinco minutos de estar
escuchándola, el móvil estaba poco menos que ardiendo. Así que salí de la
aplicación, busqué mi querido mp3 en el bolso y aparqué mi “maravilloso”
smartphone.
6. Las aplicaciones gratuitas disponibles suelen ser una
birria. Facebook, por ejemplo, que solo lo uso para gestionar una página por
temas profesionales, no permite compartir contenido de otro muro en esa página,
solo en el mío personal. Nuevamente, necesito recurrir al ordenador.
7. La batería dura un suspiro. Dicen que más que en el
anterior pero, aún así, sigue siendo poquísimo. Cada noche, carga que te crió.
En su favor diré que tiene una buena cámara, extremadamente
buena teniendo en cuenta que es un teléfono. Por lo demás, solo puedo decir que
me sirve para salir del paso más que para otra cosa. Y para fardar, claro. Pero
es que cuando me preguntan por él no puedo evitar echar alguna que otra peste,
por lo que el bacile queda en agua de borrajas. No obstante, la gente lo sigue
flipando. Y Apple se aprovecha de ello e incorpora las mejoras con cuentagotas
cada vez que saca uno nuevo al mercado. Por mi parte, tengo claro que no albergo
intención alguna de volver a comprar otro producto de esta marca. No digo que
los demás no ofrezcan más o menos lo mismo, pero sus precios no alcanzan a este
líder del marketing, porque yo no lo calificaría de otra manera. Se paga marca,
no utilidad. Yo buscaba un pequeño ordenador de bolsillo y me he encontrado una
small potatoe, es decir, una “papa” pero en inglés, que suena más fino. En esta ocasión, hacer el ridículo me costó 600 machacantes.