Fotógrafo: Albin Olsson Licencia: CC-BY-SA-3.0 |
Más aún me sorprende que muchas personas tomen en serio
semejante competición, y me viene a la memoria el tsunami de críticas que
recibió Rodolfo Chikilicuatre a cuenta de su pintoresco “Chiki chiki”. Si
tenemos en cuenta que esta actuación le granjeó a España el puesto 16 mientras
que, por ejemplo, la de Soraya Arnelas —una profesional con una bonita voz—
quedó relegada a la vigesimocuarta posición, no hace falta devanarse los sesos
para concluir que Eurovisión no es más que un distraído y vistoso festival de
cuchufleta. De hecho, la actuación de David Fernández (alias “Chikilicuatre”)
me pareció de lo más apropiada: puesto que la calidad no es lo que más valoran los diferentes jurados, al
menos pudimos reírnos (y hacer reír) a gusto.
En cuanto a la edición de este año, España ha echado el
resto con una buena voz (Ruth Lorenzo), una puesta en escena espectacular y
cuidando hasta el último detalle, esfuerzo que de poco ha servido frente a
Conchita Wurst (o Conchita “Salchicha” en español) —una cantante cuya
extravagancia supera su calidad—, que finalmente se ha hecho con el triunfo.
En espera de este nuevo fracaso, hemos sufrido estoicamente
durante semanas la machacona publicidad a la que TVE ha tenido a bien
someternos: un auténtico chaparrón de “Bailando bajo la lluvia” que finalmente
se ha ido por el sumidero, como de costumbre.
No me extraña que ante semejante paisaje, el diputado de IU
Ricardo Sixto propusiera el año pasado —tras el estrepitoso fracaso de El Sueño
de Morfeo— abandonar dicho festival. Yo suscribo sin matices esa iniciativa:
¿hasta cuándo vamos a seguir derrochando en semejante pantomima?