domingo, 11 de mayo de 2014

Eurovisión o el gusto por perder

Fotógrafo: Albin Olsson
Licencia: CC-BY-SA-3.0
Llevo años preguntándome qué sentido tiene para España participar en Eurovisión: un concurso en el que la calidad de las canciones tiene poco que ver con la puntuación obtenida y que, de paso, nos sale por 400.000 euros de nada.

Más aún me sorprende que muchas personas tomen en serio semejante competición, y me viene a la memoria el tsunami de críticas que recibió Rodolfo Chikilicuatre a cuenta de su pintoresco “Chiki chiki”. Si tenemos en cuenta que esta actuación le granjeó a España el puesto 16 mientras que, por ejemplo, la de Soraya Arnelas —una profesional con una bonita voz— quedó relegada a la vigesimocuarta posición, no hace falta devanarse los sesos para concluir que Eurovisión no es más que un distraído y vistoso festival de cuchufleta. De hecho, la actuación de David Fernández (alias “Chikilicuatre”) me pareció de lo más apropiada: puesto que la calidad no es lo que más valoran los diferentes jurados, al menos pudimos reírnos (y hacer reír) a gusto.

En cuanto a la edición de este año, España ha echado el resto con una buena voz (Ruth Lorenzo), una puesta en escena espectacular y cuidando hasta el último detalle, esfuerzo que de poco ha servido frente a Conchita Wurst (o Conchita “Salchicha” en español) —una cantante cuya extravagancia supera su calidad—, que finalmente se ha hecho con el triunfo.

En espera de este nuevo fracaso, hemos sufrido estoicamente durante semanas la machacona publicidad a la que TVE ha tenido a bien someternos: un auténtico chaparrón de “Bailando bajo la lluvia” que finalmente se ha ido por el sumidero, como de costumbre.

No me extraña que ante semejante paisaje, el diputado de IU Ricardo Sixto propusiera el año pasado —tras el estrepitoso fracaso de El Sueño de Morfeo— abandonar dicho festival. Yo suscribo sin matices esa iniciativa: ¿hasta cuándo vamos a seguir derrochando en semejante pantomima?