viernes, 21 de junio de 2013

Los 30 años de prueba de la “Demo” han expirado


Más de treinta años hemos tardado en empezar a darnos cuenta de que esta democracia no es lo que nos vendieron o, simplemente, lo que debería ser. Ni mandamos, ni prosperamos, ni somos iguales ante la ley ni se cumple todo aquello que debiera comportar un sistema político justo como ha ser, per se, la Democracia. Algunos llevamos tiempo diciéndolo y, en todos estos años, se nos ha tachado de radicales cuando pedíamos más justicia o control; de ignorantes cuando, con nuestras pocas luces, constatábamos que la presunta igualdad no era tal; y de otras muchas lindezas parecidas (antisistemas, retrógrados, dictadores…) solo por manifestar lo que hoy es un clamor popular: que nos la han colado plegada. ¿Por qué ahora y no antes si la corrupción, el abuso, el expolio y el vapuleo llevan lustros castigándonos? Pues porque, por fin, consiguieron desplumarnos casi por completo.

Estamos sin una perra y los casos de corrupción salpican a todas las instituciones por lo que, aunque tarde, hemos abierto los ojos (¡y de qué modo!). Cuando se instaló la democracia, todo era esperanza y buenas intenciones: se abría una nueva era de gobierno del pueblo, igualdad y prosperidad para todos. Ahora vemos lo errados que andábamos. Y no porque la democracia no sea un buen sistema de gobierno, que lo es, sino porque muchos de nuestros representantes, ávidos de dinero y de poder, han hecho escarnio de ella a nuestras expensas, tras lo cual se han ido “de rositas” o casi.

Los peces gordos siguen teniendo la sartén por el mango, como siempre, y nosotros obedecemos, pagamos (impuestos, sueldos, sobresueldos, enchufes…) y, cada cuatro años, se nos permite votar, es decir, intuir qué partido cuenta con menos sinvergüenzas en sus filas.

La prensa se “autocensura”, lo que, en muchos casos, viene a ser lo mismo que la censura por parte de quienes pueden ejercerla oficiosamente, pero empleando este término mucho más democrático.

En temas importantes, la opinión del pueblo no cuenta. Ya se encargan los más avispados de hacer notar a los demás que ya emitieron su voto en las elecciones y que solo les resta apechugar. Eso sí, con derecho a clamar en el desierto.

Y ya sabemos qué pata arrastra el tema de la igualdad ante la ley… 

Así las cosas, solo me resta decir que este no es una país de pandereta sino de cuchufleta.