sábado, 27 de abril de 2013

iPhone 5: ¿smartphone or small potatoe?


Ya comenté en otra entrada que, en un ataque de pijería inusual en mí, cometí el error de comprar un iPhone. Digo inusual puesto que soy de esas personas que, por ejemplo, utilizan ropa de hace seis o más temporadas siempre que se encuentre en perfectas condiciones y no se salga mucho de la moda actual. ¿Para qué tirar una prenda en buen estado para comprar otra? No me gusta gastar por gastar y me revienta ir de tiendas. No obstante, la tecnología me encanta y aún así procuro ser moderada y no comprar por capricho. Si mi mp3 de 500 megas aún funciona perfectamente, ¿para qué cambiar de reproductor de música?

Bien, pues resulta que yo tenía un teléfono corrientito de hacía ya 4 años y decidí darme el capricho de acceder a lo más puntero en tecnología móvil. Supongo que me influyó el hecho de encontrarme nuevamente en un ambiente pijo y, por alguna razón (equivocada), consideré que debía ponerme a tono, así que me lancé por el iPhone último modelo. Ya aviso de antemano que accedí a esta pijería por la puerta grande de la equivocación. Llevando, como llevo, 15 años en el mundo de la informática y gracias a los ecos que cantaban las excelencias de Apple y que resonaban continuamente a mi alrededor, supuse (muy mal supuesto) que con el iPhone tendría un ordenador de bolsillo. Pocos días después de su adquisición me di cuenta de que había cometido el error del año. Y a día de hoy lo sigo pensando, aunque el cabreo respecto al precio que me cobraron ya se ha atenuado un poco. No obstante, sigo pensando que cuesta más del doble de lo que vale. Y explicaré los motivos.

Solamente para ponerlo en marcha, hay que armar la marimorena: colocarle la nanotarjeta no es sencillo, luego hay que crearse una cuenta de Apple y no sé cuántos detalles más. Media hora o más para echarlo a andar. Cuando lo conseguí, creí haber llegado a la tierra prometida, aunque finalmente resultara ser más árida de lo que imaginaba. Enumeraré lo que yo considero limitaciones de este móvil:

1. Para pasar contenido del ordenador al teléfono hay que “sincronizar” a través del iTunes. Un programa chorra en mi opinión, que recuerda a otros que utilizaban otros dispositivos como cámaras de fotos y demás y que hace tiempo que sabemos que sirven de bien poco. Pasar contenido debiera de ser tan fácil como abrir carpeta del móvil, abrir carpeta del ordenador y mover archivos. Pues no, el iTunes lo complica todo hasta límites insospechados. Supongo que Apple pretende que a los usuarios se les vayan los ojos detrás de los productos de pago (música, etc.) que ofrecen y empiecen a comprar como locos. ¡¡YO SOLO QUERÍA SUBIR UNAS FOTOS!! Menudo jaleo: se me duplicaron las imágenes en el móvil y al tratar de eliminarlas, desaparecieron todas. Un show, así que paso de volver a intentarlo, aunque solo fuera para averiguar qué pasó. No le dedico mi tiempo a lo absurdo.

2. Con la música pasa casi tres cuartos de lo mismo. Quise ponerle un tono de llamada al móvil. Cogí una canción en mp3, la corté por donde me pareció bien con el iTunes, le cambié el formato como ellos indican y al volver a “sincronizar”, NADA, que no hay forma de pasarla al teléfono. Nuevamente, podría investigar más, pero es que esto me parece ya un chiste.

3. El iPhone solo almacena fotos, música y vídeos (que me corrijan si admite algún otro tipo de archivo, porque se me van a humedecer los ojos). Ni pdf ni gaitas. O sea, que toda esa capacidad de almacenamiento, que bien podría ser utilizada para llevar archivos de acá para allá, sirve para bien poco. Un teléfono no es un pendrive, claro, pero estamos hablando de funciones básicas de muchos dispositivos. ¿iPhone no puede cumplirlas?

4. Cometí la osadía de hacer una foto con el móvil y enviármela luego por e-mail para descargarla en mi ordenador (no tenía el cable del teléfono) y editarla (las aplicaciones gratuitas de edición de imágnes son un churro) antes de subirla a internet. La descargué, la edité y me fue imposible guardarla en el disco duro porque me salía una ventana de error. Así que tuve que hacerle una pequeña edición en el teléfono antes de volver a enviármela y entonces ya sí puede terminar de editarla y guardarla en el portátil. En todo este absurdo periplo invertí 20 minutos o más.

5. Se me ocurrió, en un viaje, bajarme una aplicación de una emisora de radio para no aburrirme por el camino. A los cinco minutos de estar escuchándola, el móvil estaba poco menos que ardiendo. Así que salí de la aplicación, busqué mi querido mp3 en el bolso y aparqué mi “maravilloso” smartphone.

6. Las aplicaciones gratuitas disponibles suelen ser una birria. Facebook, por ejemplo, que solo lo uso para gestionar una página por temas profesionales, no permite compartir contenido de otro muro en esa página, solo en el mío personal. Nuevamente, necesito recurrir al ordenador.

7. La batería dura un suspiro. Dicen que más que en el anterior pero, aún así, sigue siendo poquísimo. Cada noche, carga que te crió.

En su favor diré que tiene una buena cámara, extremadamente buena teniendo en cuenta que es un teléfono. Por lo demás, solo puedo decir que me sirve para salir del paso más que para otra cosa. Y para fardar, claro. Pero es que cuando me preguntan por él no puedo evitar echar alguna que otra peste, por lo que el bacile queda en agua de borrajas. No obstante, la gente lo sigue flipando. Y Apple se aprovecha de ello e incorpora las mejoras con cuentagotas cada vez que saca uno nuevo al mercado. Por mi parte, tengo claro que no albergo intención alguna de volver a comprar otro producto de esta marca. No digo que los demás no ofrezcan más o menos lo mismo, pero sus precios no alcanzan a este líder del marketing, porque yo no lo calificaría de otra manera. Se paga marca, no utilidad. Yo buscaba un pequeño ordenador de bolsillo y me he encontrado una small potatoe, es decir, una “papa” pero en inglés, que suena más fino. En esta ocasión, hacer el ridículo me costó 600 machacantes.

viernes, 26 de abril de 2013

A los que siempre nos aburrió Facebook



Paseando por la red, me encuentro con un blog (http://dentrodelacocina.blogspot.com) que habla, entre otros temas, de esta red social tan utilizada en nuestro país y en el mundo. Concretamente, dice que los adolescentes empiezan a aburrirse de ella y que prefieren otras alternativas cibernéticas. Mientras algunos se sorprendan con la noticia, a mí me parece que ya iba siendo hora de que alguien se manifestase en ese sentido.

Yo llegué a Facebook en 2008. Creé una cuenta, eché un vistazo, me pareció que no tenía apenas sustancia y pasé del tema. Por esas fechas, ya llevaba a mis espaldas 10 años navegando por la red y varias páginas web de creación propia, entre otras cosas. Para mí no era más que una versión extremadamente limitada de una página web, con la única ventaja de poder compartir contenido en tiempo real con los conocidos.

Por aquel entonces, Facebook era una jaula de grillos: aplicaciones chorra por doquier (cualquiera podía hacer una con los más absurdos contenidos), perfiles insultantes o despreciativos (incluso amenazantes), y más cuestiones cutres que ahora no recuerdo. Pero de un tiempo a esta parte, Facebook se ha vuelto "serio”, ha dado puerta a muy buena parte de las patochadas y se ha convertido en un buen medio para que empresas, instituciones y similares se den a conocer y compartan información.

Volviendo al tema del aburrimiento adolescente de que habla el blog antes señalado comprendo que, una vez que Facebook ha eliminado el “todo vale”, el cachondeo y el gamberreo, haya mucha gente que se aburra. Pero no sólo puede ser por eso: los jóvenes cada vez están más acostumbrados a utilizar nuevas tecnologías y no se conforman con cualquier cosa. Y Facebook, por ejemplo, desde el punto de vista de manejo, herramientas, etc. sigue siendo “una patata”, como siempre: pocas opciones, un buscador interno lamentable, etc. Y si ya nos vamos a sus versiones para móvil, las limitaciones se multiplican.

Todo esto sin hablar de la cláusula poco menos que abusiva de apropiación y uso (no exclusivo, válgame Dios) de los contenidos que “colguemos” como propios (algunos “listillos” también suben material ajeno sin pedir permiso), eliminando alegremente los derechos de autor.

Dicho todo esto, el éxito de Facebook, en mi opinión, se debe a haber llegado muy a tiempo (el primero cuando internet ya era de uso generalizado); su fácil manejo para cualquier persona (creo que no reñido con muchas mejoras que le vendrían bien); y, principalmente, a la falta de competencia que mejore esta idea básica y rústica y sea capaz de hacer un buen marketing.

domingo, 21 de abril de 2013

Hasta luego, primo



Como churros, oigan. Éxito total, a pesar de una cierta censura que dicen que hay en su distribución. Cuatro ediciones en menos de dos semanas, a 15.000 ejemplares la tirada. Los medios digitales españoles echan chispas, publicaciones como The Telegraph, The Daily Mail, The New York Times o Paris Match se han hecho eco de su contenido, mientras los grandes medios patrios callan. En América Latina también hablan de ello, y mucho. La noticia se ha publicado incluso en idiomas sobre los que no se habían posado jamás mis ojos. Pero la televisión y la prensa escrita españolas, salvo Intereconomía y su periódico, guardan un ¿respetuoso? silencio. En el caso de Intereconomía, periódico y televisión han ido por caminos distintos. Mientras el primero exigía explicaciones por parte de la protagonista, la segunda pasaba muy por encima de la cuestión tachando al autor de oportunista y/o persona deleznable. Pero casi ni “mu” sobre el meollo del asunto. “Temas muy íntimos”, apuntaban unos. “Flagrante violación del secreto profesional”, señalaban otros. “Vomitivo”, sentenciaba una periodista que se sentía incapaz de abrirlo siquiera por la repugnancia que, decía, le provocaba. Y las cuestiones de fondo y sus repercusiones, considerablemente peliagudas, sin tocar.

¿Tienen los españoles derecho a conocer asuntos íntimos que, dada su naturaleza y las características de las personas a las que atañen y de las instituciones a las que dichas personas representan, pueden generar descontento en la población y hasta, incluso, inestabilidad en esas instituciones y, por ende, en el país? Mi teoría es que tarde o temprano todo se sabe y la noticia, aunque ignorada por los medios, ya está en nuestras calles (y en las del mundo) y amenaza con convertirse en un best seller. Algunos periodistas, timoratos en televisión, se desquitan en la red. Hasta su exnovio ha dejado caer algunas palabrejas bastante inquietantes en Twitter, aunque no sencillas de descifrar para quienes no estamos realmente en el tomate. Y aquí hay mucho, demasiado por lo que afirman unos y otros.

No soy yo amante de chismes ajenos, pero no me gusta que me cuelen de matute a personas que pueden provocar aún más problemas en instituciones que, a día de hoy, parecen estar en la cuerda floja a causa de la mala cabeza de sus integrantes. ¡Bueno está el país para más inestabilidades! Pero da igual lo que yo opine, y lo que opinen esos que tantas náuseas dicen sentir: tarde o temprano todo se sabe. Mientras tanto, la interesada guarda silencio. El libro atenta directamente contra su honor y, no obstante, no han tomado medidas legales ni ella ni quienes la amparan. El silencio es la mejor opción, piensan. Callan ellos, callan los grandes medios españoles y se deja correr…

No es la primera caja de pandora referente a su pasado que se destapa, ni será la última, pero quizá sí es la que más repercusión ha tenido hasta ahora, a pesar del silencio que parece reinar, por la relación de la protagonista con el autor y por las pruebas documentales que el libro aporta. Pruebas de hechos que, sotto voce, mucha gente ya conocía.

Pero advierten que hay más,mucho más, y peor. Por tanto, la huida hacia delante no es la mejor solución. A veces, el ambientador no es suficiente: es preferible abrir puertas y ventanas y limpiar la casa, para que la suciedad no se acumule.